Dear Ana:
Me sigue resultando extraño lo parecidas que somos, los iguales que se volvieron nuestros días.
Ahora resulta que vos conoces una nueva amiga, y yo también. Deberías conocer a minuela amiga, se llama Mía y parece ser tan buena como tu amiga Ana.
Mía es una suerte de escapatoria, de salvación. La encontré en uno de esos días en lo que la nube negra no te deja ver el sol. ¿Querés que te cuente como fue? Lo voy a hacer.
Como yo ya te había dicho, últimamente veía en mi un asqueroso monstruo que lo único que lograba era el odio hacia mi mismas. Intentaba hacer algunas dietas que no lo lograba concretar por falta de voluntad y de amor propio. Necesitaba algo más. Estaba muy susceptible últimamente y sentía que todo me podía afectar, influenciar. Leía unas revistas mientras pensaba que quería dejar de comer para siempre. Para sentirme bien, para estar bien. En es artículo de la revista, Constanza contaba como llegó a dejar de comer por la obsesión que tenía con su cuerpo. Ella decía que un trabajo del colegio había logrado inspirarla, y que por aquellos días nada le importaba más que pesar 45 kg . Seguí leyendo y al final de la nota me encontré con un recuadro que decía “síntomas de anorexia” y otro que decía “síntomas de bulimia”. Era extraño y me quedé algo desconcertada al darme cuenta que muchas de esas cosas a los que ellos llamaban “síntomas” eran parte de mi vida cotidiana.
En esa semana me provoqué el vómito por primera vez. Había encontrado una forma sencilla, liberadora y extraordinaria de deshacerme de todo aquello que no quería en mi cuerpo. Y según parecía ser, esa sería mi nueva religión.
En esa misma revista recomendaban dos libros “Sara y la anorexia” y “Abzurdah”, este último llamó demasiado mi atención y lo compré. No te voy a mentir: me lo devoré. (¿Vos ya lo leíste?, te lo recomiendo. No por bueno, sino por interesante. No por interesante, sino por bueno. No sé). Su historia me pareció demasiado IN-creíble. Y seguramente me resultó así, porque así lo es. Pero en fin, el libro me gustó y me atrapó. Así conocí a Mía: esa adorada almita deambulante que logra liberarme de todo cuerpo ajeno al mío, y que me convierte en la persona más manipuladora y mentirosa del mundo entero. La amé, la adoré, la idolatré, y quise hacerla mía y que nadie mas tenga acceso a ella. Estuve en contacto con persona que me dijeron que Mía era horrible y que no quería tenerla cerca. Yo al contrario: la amo y no quiero depararme de ella jamás.
Sería bueno que la conozcas, quizás no sea como Ana, pero sin duda es buena compañía.
Tengo que reconocer que me estoy poniendo algo celosa de tu amiga Ana, temo que en cualquier momento podes dejarme a un lado y cambiarme por ella. Tal como lo hicieron aquellas amigas de las que te hable en la carta anterior.
No está demás decirte que yo también te prometo fidelidad y sabes que siempre voy a estar: en las buenas, en las malas y en las peores.
Con cariño, Mía.